jueves, 8 de marzo de 2012

"La Dimayor" era su nombre

Hoy, por casualidad en el Día Internacional de la Mujer, y aunque pudiera parecer un ejercicio traído de los cabellos, ¿por qué no evocar, al menos a vuelo de pájaro, y con la debida consideración del caso, a una protagonista del detrás de cámaras del fútbol colombiano, mejor conocida en su tiempo, años 80's del Siglo XX, como "La Dimayor"?

Por supuesto, ajeno a las diversas alegorías y discursos con los cuales el mundo conmemora la importancia histórica del bello género, aquel insólito ejemplar resurge hoy sigilosamente a la media luz de la memoria como un fantasma de asidua, pero sobre todo de lujuriosa presencia en el entorno del balón, alrededor del cual parecía girar su sentido existencial.

Mejor escenario para recoger sus pasos más recorridos no puede ser otro que el estadio El Campín en su desnudez y soledad de un mediodía de jueves, como hoy, no obstante las radicales transformaciones locativas, tecnológicas y burocráticas que la modernidad y la FIFA le han impuesto a este otoñal mastodonte de concreto.

Con su halo de misterio, nadie supo nunca su nombre. Ni siquiera los mismísimos beneficiarios de sus pasiones a destajo, los futbolistas, sus amores platónicos. Durante horas aguardaba a los ídolos con religiosa paciencia, aún se tratara sólo de verlos pasar. Con seguridad, llegó a detentar el récord de asistencias al Campeonato Profesional y de conocer al dedillo —de ahí el apelativo de "La Dimayor"— el catálogo de jugadores a lo largo de por lo menos una década.

Dentro de ese contexto, tampoco jamás se le vio interactuar en medio del fragor humano propio de los pasillos que conducen a los vestuarios. Entre los curiosos, aduladores, hinchas, dirigentes, periodistas deportivos, técnicos y auxiliares de radio, vendedores ambulantes, que suelen hacinarse en aquellos espacios, ninguno le oyó decir nunca un saludo, ni le conoció el carácter, menos aún sobre sus quimeras, su origen, oficio o condición particular

Vetada como era por aquel tiempo la presencia femenina a los entresijos de los camerinos, correspondió a "La Dimayor" ser una especie de punta de lanza, una adelantada de su época al desdeñar el asombro y la murmuración masculina en estos ámbitos. Sólo que a fuerza de la costumbre, lo que entonces entrañaba una mórbida osadía contra la tradición, dejó de serlo, al punto de que con el tiempo ya no fue más un referente de imprudencia, ni un bicho raro. Simplemente, se fue haciendo invisible.

Ni gorda ni flaca, ni bonita ni fea, ni alta ni menuda, de lacia cabellera negra a la cintura, redondo el rostro, los pómulos salientes, de negros ojos grandes que en su éxtasis al paso de los futbolistas tornaban en los del ternero degollado, "La Dimayor" solía sobre todo exhibir sugerentes escotes que insinuaban cierta abundancia y que, por supuesto, eran parte de sus credenciales.

Impensables por aquellos días los protocolos de seguridad y vigilancia imperantes hoy alrededor de los deportistas, aún por desconocidos o principiantes, se cuenta que "La Dimayor" acostumbraba a irse de ronda por hoteles y lugares de concentración de los futbolistas, a quienes acometía en la intimidad, aún a riesgo de los entrenadores y dirigentes más celosos de la conducta extradeportiva de sus subordinados.

Propio de las señoras escandalizadas de la época, el epíteto de moscamuerta encontraría aquí la perfección de la horma, cuando de la actitud casi sumisa y apocada de "La Dimayor" en público, en privado se transformaba en toda una bestia cuyos desenfrenos eróticos eran lo suficientemente capaces de desafiar al colectivo, según episodios como el ocurrido en la Selección Colombia Juvenil de 1981, dirigida por Eduardo Retat.

"Esa noche, todo el mundo comió embolado", relataría con procacidad, poco tiempo después, un auxiliar de utilería del equipo, para significar el ningún sentido de asepsia con que los jugadores asumieron la desaforada secuencia de "La Dimayor" en la cama. Con o sin la anuencia del cuerpo técnico, insaciable el otro cuerpo, el de la protagonista de esta historia, había logrado franquear una a una las puertas de la concentración de los futbolistas en el Club de Empleados Oficiales de Bogotá.

Esfumado su rastro de la escena futbolística, años más tarde fue avistada solitaria sobre la vía de Bogotá a La Calera, al parecer no propiamente en busca del norte, pues parecía deambular, sino porque del suyo se había extraviado varias décadas atrás.

martes, 1 de noviembre de 2011

Boris De Greiff

Frente a lo ineluctable, la voz mate, que designa el final de una batalla de ajedrez, se escucha hoy en toda su solemnidad, significado y alcance para despedir a uno de los más insignes maestros del juego ciencia en el ámbito internacional, el colombiano Boris De Greiff, fallecido a los 81 años al amanecer del lunes 31 de octubre de 2011 en Bogotá.

Su partida se produce en medio de la discreción propia de su paso por el mundo de los alfiles, enriquecido no sólo con su pasión por el juego mismo —magnificada por el principio vital de cuanto representa sentarse a un tablero, ganar y perder— sino también por su vocación pedagógica para hacer de la confrontación de las piezas blancas y las negras una oportunidad para la exaltación y el desarrollo cultural e intelectual.

"Los enemigos del ajedrez", escribió en su Cartilla Elemental de Ajedrez (1982), "han propalado la idea de que es un juego demasiado profundo para las inteligencias medianas y que nadie debe esperar vencer sus dificultades sin consagrarle un largo, perseverante y fastidioso estudio, que mejor debiera ponerse al servicio de una causa noble capaz de contribuir a aumentar la felicidad y comodidad del género humano. Es completamente falaz estre prejuicio, por más que esté generalizado en demasía".

Si bien los obituarios están proverbialmente cargados de elogios superlativos, aquí, en el recuerdo de su vida y obra, habrá que hacerlo a partir del reconocimiento a sus espontáneas calidades personales, impronta de familia de culta tradición, según puede consignarse también y por ejemplo, acerca de su padre, el poeta León De Greiff, de su tío, el connotado crítico musical Otto De Greiff, y de su hermano Hjalmar De Greiff, director de la Radio Nacional de Colombia.

Aún latente la Guerra Fría, a mediados de 1972 correspondió al maestro De Greiff conducir la información del llamado Duelo del Siglo entre el norteamericano Bobby Fischer y el soviético Boris Spassky en Reikiavic (Islandia). Con una sintonía digna del interés por el Mundial de Fútbol, atizada por la connotación política que suponía el duelo de las dos superpotencias llevado a un tablero de ajedrez, el mundo siguió al dedillo cada movimiento de la serie que consagraría al cerebro No. 1 de esta disciplina.

A efectos de tan histórica confrontación, un enorme tablero magnético fue instalado en el cruce de las dos calles más importantes de Colombia, la Avenida Jiménez con Carrera Séptima, en las instalaciones del diario El Tiempo de Bogotá, donde el maestro De Greiff salía periódicamente para treparse en una escalera, desde donde, megáfono en mano, ilustraba al público sobre cada suspiro en Reikiavic. No es una hipérbole decir que una verdadera multitud seguía casi con delirio el desarrollo de cada partida, al punto de que la famosa intersección vial quedaba bloqueada por horas, lo cual forzaba al desvío del tráfico automotor.

Nunca antes en la historia de Colombia se vendieron tantos juegos de ajedrez, y en particular los de bolsillo, ni se habló tan compulsivamente de las artes del tablero como en aquellos días, cuando el planeta fue literalmente un escenario de cuadros blancos y negros. El mismo orgullo nacional entre norteamericanos y soviéticos estuvo en vilo, necesariamente por el componente político de la contienda, que de alguna manera se traducía en la confrontación Occidente vs. Este.

De aquel episodio que ocupaba las primera planas de la prensa mundial, desde las entrañas de El Tiempo se recuerda al maestro en actitud frenética frente a los teletipos de la sección internacional, a la espera conocer al instante cada movida del desafío. Por supuesto, en cuanto no se trataba de una partida de ping-pong, era imperativa la paciencia al extremo de aguardar durante horas a que Fischer o Spassky movieran sus piezas, para transmitirlo con el rigor de la inmediatez a la multitud ansiosa apostada en la calle.

Es bien sabido que el mundo del ajedrez —aquí, por ejemplo, es imposible dejar de recordar a Jorge Luis Borges y su relación con el mundo de los escaques— constituye una dimensión aparte, que hace de sus cultores a protagonistas difíciles de contextuar, personajes ajenos, medio míticos, impares y otras suertes atípicas, pero inevitable y reconocidamente cultos.

Lejos de aquel grado de espesura o de sofisticación, era Boris De Greiff un señor espontáneo, cálido, refinado en el gusto, pero sobre todo discreto y ajeno por completo al prestigio y estirpe de sus antepasados y de quienes le sucedieron. Igual abordaba un bus urbano, como recibía en la majestad de su biblioteca a protagonistas de la cultura universal como Paul Badura-Skoda, cuyo virtuosismo en el piano acompañó a directores de la talla mundial de Herbert von Karajan o Wilhelm Furtwängler.

La inclusión de un Badura-Skoda entre sus huéspedes insinúa la excelencia de invitados por De Greiff, quien se solazaba contando acerca de tertulias como las sostenidas con el pianista vienés en su apartamento de Teusaquillo en Bogotá, frente, muchas veces, a un plato de fríjoles antioqueños dosificados con una tanda de aguardientes que tanto exaltaba el visitante.

Todo un demócrata desde su condición de ciudadano universal, De Greiff refirió alguna vez cómo a comienzos de los años 80's, por tener libros en ruso en su apartamento —allanado al descubrirse su nombre en la agenda telefónica de algún intelectual de izquierda capturado durante una redada contra el Movimiento M-19— fue a templar a las caballerizas del Ejército, donde le fueron vendados los ojos y fue sometido a vejámenes. La famosa espada de Bolívar había sido sustraída por aquella organización, entonces al margen de la ley.

Ahora mismo, y aún a la distancia, es posible vislumbrar los ejércitos de alfiles y peones en sus naturalezas egipcia, fenicia, griega, india y de otras muchas versiones y épocas, correspondientes a la vasta colección de tableros instalados en el estudio del maestro, y con seguridad hoy renuentes a dar un paso ante lo inevitable. Jaque mate...

El maestro De Greiff (derecha) en 1958, frente al soviético Mikhail Tal, uno de los grandes ajedrecistas de la historia.
El maestro De Greiff, única medalla de oro de Colombia en una olimpiada (Haifa, Israel, 1972), con las promesas bogotanas, elmaestro FIDE Joshua Ruiz (subcampeón mundial, Grecia-2006 ), Javier Pardo (3º. en el Panamericano Escolar) y Leonardo Jiménez (campeón nacional en algunas modalidades).
Por C.T.R

domingo, 16 de enero de 2011

Murió Yépez Lema

Profunda tristeza y un vacío irrecuperable para su familia, sus amigos y el ámbito periodístico en general, ha dejado el fallecimiento del periodista José Yépes Lema, ocurrido este domingo 16 de enero, en Bogotá.

Yépes Lema fue redactor de la sección política de El Espacio a lo largo de treinta años, en diferentes etapas, pero su labor periodística se remonta a principios de los años 50’s, en distintos medios hablados y escritos, en Colombia y en Venezuela.

Oriundo de Fredonia, en el departamento de Antioquia, el destacado comunicador dejó de existir a la edad de 78 años, en la Clínica de Occidente, a donde fue trasladado de urgencia por dolencias cardíacas. Su deceso se produjo a las siete de la mañana.

Yepes dejó huella de su inspiración y talento en impresos como el extinto El Correo de Medellín, El Heraldo de Barranquilla, El Vespertino, El Espectador, la revista Hoy por Hoy y El Espacio de Bogotá, su última casa periodística, entre otros, lo mismo que en cadenas radiales como RCN y el Grupo Radial Colombiano.

Su columna Política para mayores, en El Espacio, incidió de manera profusa en el terreno de esta actividad, lo mismo que El Rincón de Casandra, firmada con el simpático seudónimo de ‘Malevo’, que tuvo su origen en su fervorosa admiración por el Deportivo Independiente Medellín y su infaltable presencia en el estadio ‘Atanasio Girardot’.

Yepes se caracterizó por ser un trabajador inagotable, estricto y puntual en sus labores, madrugador como ninguno, oído atento al quehacer noticioso desde tempranas horas de la mañana, cronista de excelsa pluma, y un afiebrado de los tangos, género musical del que se preciaba tener una admirable colección.

Su familia, su señora esposa Ángela Benítez de Yepes, sus hijos: Jhon Gil, Boris y Sandra, sus tres nietos, las directivas y funcionarios de El Espacio, sus amigos y relacionados, y el nutrido grupo de personajes de la vida nacional y colegas de varias generaciones que cosechó en la amistad y en el trabajo durante su carrera, lamentan profundamente él enorme vacío que deja su muerte.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Del campo de polo a la clandestinidad

Cuenta la leyenda que ni la hoja de un árbol se movía en Cali y en sus alrededores mientras no lo autorizara Álvaro José Lloreda Caycedo, uno de los más poderosos empresarios de Colombia, reconocido aristócrata del Valle del Cauca y polista. Su poder y su soberbia eran a tal punto superlativos que, por ejemplo, en el diario El País, el más importnte del occidente colombiano, del que fue su director y accionista, fue diseñada una puerta exclusiva para su ingreso a las instalaciones del diario conservador.

Fuentes allegadas al empresario indican que el hombre vive a sus anchas, rascándose el ombligo, en el Estado de la Florida. Años atrás, una juez lo condenó a nueve años de cárcel junto con su hijo Jorge Alberto. Su nueva defensa comienza ahora ante el Tribunal Superior de Bogotá. Nueve años después de estar convencidos de haber hecho un gran negocio, el empresario padre e hijo, miembros de una de las familias más influyentes del Valle del Cauca, recibieron un duro golpe. Una juez los condenó además a cancelar una multa de 13.000 millones de pesos porque consideró que los Lloreda estafaron al municipio de Cali en beneficio de sus empresas.

Este ha sido un caso muy complejo en el cual se entrelazan consideraciones financieras, políticas y judiciales. Lo que es claro es que sobre los mismos hechos ha habido múltiples interpretaciones. Hasta el momento estos son los hechos en que todos están de acuerdo: con motivo de la liquidación de Colpuertos, en 1991, se creó el fondo Foncolpuertos, que debía atender las reclamaciones laborales de 18.000 trabajadores. Algunos de ellos consiguieron, con medios poco claros, que los jueces les reconocieran millonarias pensiones e indemnizaciones a través de sentencias o actas de conciliación basadas en documentos falsos.

Como Foncolpuertos se demoraba mucho en pagar, con base en estas sentencias y actas, los trabajadores lograron que los jueces emitieran mandamientos de pago, que en la práctica son títulos valores de pago obligatorio por parte del Estado. Lo que querían los ex empleados portuarios era tener pronto la plata de su liquidación laboral y que otro se encargara de cobrarle al Estado, que al final pagaría en tres o cuatro años. En esas circunstancias aparecieron los Lloreda y realizaron varios negocios con mandamientos de pago expedidos a favor de pensionados de Colpuertos y se cobraron sin ningún problema.
A finales de 1998 les plantearon a los Lloreda un nuevo negocio que analizaron durante meses. Comprar los mandamientos de pago de otros 168 ex trabajadores y encargarse a través de Fidupacífico, cuyo presidente era Jorge Alberto Lloreda, hijo de Álvaro José, de cobrar 13.000 millones de pesos que sumaban estos títulos reconocidos por fallos judiciales. Al final hicieron el negocio y ese mismo 28 de diciembre del 98 aceptaron traspasarlo al Fondo Financiero que manejaba los recursos del municipio de Cali, Bancali.

Al gerente del Fondo, David Toledo, le pareció un excelente negocio en el que tenían cero riesgo y alta rentabilidad y así se lo planteó a la junta directiva. Con el transcurso del tiempo, esos 13.000 millones de pesos podrían significarle más de 40.000 millones de pesos en la negociación de ocho fideicomisos de administración, recaudo y pago de los mandamientos de los ex trabajadores. A finales del 98 ya se hablaba de que algo irregular estaba ocurriendo con las liquidaciones laborales de los pensionados de Colpuertos y se comenzaron a destapar los fraudes y falsificaciones de actas de conciliación que daban derecho a sumas exorbitantes. Pero sólo en el año 2000 el gobierno decidió parar los pagos.

La condena

Al emitir el fallo, la juez consideró que los Lloreda tenían conocimiento de los problemas de los mandamientos de pago y que aun así, decidieron vendérselos a Bancali. "Los directivos del Grupo Pacífico intencionalmente ocultaron la información que les había sido suministrada acerca del posible no pago de los activos de Foncolpuertos", dice la juez. Para la justicia, esto significa que los Lloreda engañaron al municipio al venderle unos títulos a sabiendas de que estaban cuestionados. Como prueba de esto alegan que la ex jefe jurídica de Foncolpuertos, Libia del Socorro Ortiz, les había advertido en una carta sobre las irregularidades de los mandamientos de pago, antes de que los Lloreda le vendieran los títulos a Bancali.

Por eso la juez los condenó por estafa agravada y desestimó el delito inicial, que era determinadores de peculado por apropiación. De hecho, en la misma sentencia, absolvió por este delito a David Toledo, el ex gerente de Bancali.

La defensa

Para los Lloreda y para su abogado, Yesid Reyes, la acusación por estafa fue desconcertante, ya que llevaban seis años defendiéndose y tres años atrás les habían imputado era el delito de peculado. Consideran que el cambio de calificación de un delito a otro es un proceso altamente irregular que va en contravía de los derechos del defendido. Por otra parte, alegan que la juez no tuvo en cuenta algunas pruebas que se presentaron en la etapa del juicio. Reyes dice que la condena se basó en la carta de la ex jefe jurídica de Foncolpuertos a los Lloreda en la cual les advierte de las irregularidades de los mandamientos de pago. Según Yesid Reyes, no se tuvo en cuenta que ella, bajo juramento, dijo otra cosa en el juzgado, el 14 de septiembre de 2006. "Yo lo que hice fue una advertencia general y no tenía pruebas de que las actas del negocio con Bancali fueran falsas. Yo no revisé las conciliaciones porque eso le correspondió a la firma auditora Arthur Andersen", sostuvo la ex funcionaria en su declaración.

Para Reyes, esta declaración era fundamental, pues demostraba que los reparos que existían hasta el momento no eran suficientemente específicos como para concluir que había un fraude detrás de toda la operación y que los mandamientos no serían pagados. Dijo, además, que la firma auditora Arthur Andersen no hizo ningún reparo después de revisarlos y que los Lloreda les notificaron el negocio a 11 entidades del Estado. "No he conocido a alguien que anuncie tanto un engaño. Y menos, que mis clientes hubieran logrado engañar a los funcionarios de Bancali cuando esta entidad contrató a prestigiosos abogados para revisar el negocio y los documentos", le dijo el jurista a la revista Semana de Bogotá.

En todo caso, lo que dijo la juez al condenarlos no es la ultima palabra. Los Lloreda y su abogado apelarán la sentencia ante el Tribunal Superior de Bogotá y confían en que los magistrados desestimen los cargos con el argumento de que se metieron de buena fe en un negocio en el que era imposible que a conciencia pusieran en riesgo todo su patrimonio familiar.

En la clandestinidad

Una juez condenó a este empresario del Valle del Cauca a pagar nueve años de prisión y a cancelar una multa de 13.000 millones de pesos. La funcionaria consideró que él, junto con su hijo Jorge Alberto, estafaron al municipio de Cali en beneficio de sus empresas.

El caso proviene desde la liquidación de Colpuertos, en 1991, cuando se creó el fondo Foncolpuertos, para que atendiera las reclamaciones laborales de 18.000 trabajadores. Algunos consiguieron por medios poco claros que los jueces les reconocieran millonarias indemnizaciones basadas en documentos falsos.

Como el fondo se demoraba tanto en pagar, lograron que se emitieran títulos valores para que los pagara el Estado. Esto les permitía a los empleados vender los papeles y obtener pronto su dinero, mientras que los compradores de los títulos les cobrarían el Estado y recibirían el dinero en un lapso de tres o cuatro años.

Se cree que los Lloreda vieron ahí un buen negocio y se dedicaron a comprar los papeles. Más tarde, los cobraron sin ningún problema. A finales de 1998 se les planteó a la familia un nuevo negocio que analizaron durante meses. Comprar los mandamientos de pago de otros 168 ex trabajadores y encargarse a través de Fidupacífico, cuyo presidente era Jorge Alberto, de cobrar 13.000 millones de pesos que sumaban estos títulos reconocidos por fallos judiciales.

Al final hicieron el negocio y ese 28 de diciembre aceptaron traspasarlo al Fondo Financiero que manejaba los recursos del municipio de Cali, Bancali. Antes de terminar el año ya se hablaba de que algo irregular estaba ocurriendo con las liquidaciones laborales de los pensionados de Colpuertos y se comenzaron a destapar los fraudes y falsificaciones de actas de conciliación que daban derecho a sumas exorbitantes. Pero sólo en el año 2000 el gobierno decidió parar los pagos.

La juez falló contemplando que los Lloreda conocían los problemas de los títulos que se habían emitido y que, aun así, decidieron vendérselos a Bancali. Para la justicia, esto significa un engaño al municipio.

Como prueba de ese conocimiento que tenían padre e hijo, hay una carta que les envió la jefe jurídica de Foncolpuertos, Libia del Socorro Ortiz. En ella, les advertía sobre las irregularidades de los mandamientos de pago, antes de que ellos le vendieran los títulos a Bancali. Por eso, la juez los condenó por estafa agravada.

Sin embargo, Álvaro José se rehúsa a presentarse ante la justicia para pagar la condena. Su abogado, Yesid Reyes, explica que la acusación por estafa fue desconcertante, pues llevaban seis años defendiéndose y tres años atrás les habían imputado el delito de peculado.

Según dice, el cambio de calificación de un delito a otro es un proceso irregular. Y asegura que fuera de eso, para el fallo no se tuvieron en cuenta algunas pruebas que se presentaron durante el proceso. Por eso, Lloreda sigue en la clandestinidad.

semana - miércoles 21 de marzo de 2007

lunes, 8 de noviembre de 2010

El Dr. Casas no es como lo pintan...

A menudo la audiencia, en especial las señoras, ve en Alberto Casas Santamaría a una especie de paradigma del caballero siempre dispuesto a despojarse de la chaqueta y tenderla sobre el charco en la calle, para que las damas puedan pasar sin mojarse ni enlodarse los pies.

En los cocteles, el hombre es uno de los más asediados. Su fino y a veces mordaz humor cachaco le hacen el contertulio ideal entre los suyos. Conservador en el sentido partidista, Casas es además individuo de las más rancias e inmodificables tradiciones sociales.

Su proverbial y manifiesto apego al pasado, como que su vehículo es un modelo que reclama el museo de la industria automotriz, lo identifican con la generación del Bogotá señorial y amable de tiempos ya marchitos, pero también con regímenes tan oscuros, oprobiosos y sanguinarios como el de Laureano Gómez (1950-1951), tristemente recordado como El Hombre Tempestad, El Monstruo y El Basilisco, por su ferocidad visceral.

Declamador de acartonada poesía al punto de producir el sonrojo o la hilaridad del prójimo, en verdad una cosa es el Alberto Casas consentido por el auditorio femenino, a la distancia y a través de la W Radio, y otra muy antagónica es la imagen del patán, del sujeto que no saluda a quienes espontáneamente se le acercan después de misa cerca de Unicentro o cuando visita una galería.

Se trata, pues, del arquetipo perfecto del individuo que sonríe y echa chistes entre los de su círculo social, y que, en la práctica, en el cara a cara con el ciudadano de a pie, es un anciano pedante y paradójico, reconocido transgresor de aquella que pareciera constituir una de sus banderas y de sus fortalezas emblemáticas: ¡la urbanidad!

Aunque suene a verdad de Perogrullo, la gente no es en esencia lo que predica, sino lo que practica. Así lo comentaba hace poco una joven señora que osó acercarse para saludarlo al cabo de un acto social, ante lo cual el ilustre doctor Casas no sólo tuvo la descortesía de ignorarla, sino que por poco la reduce al suelo para que se apartara del camino.

"Uno cree que son habladurías de alguna gente que no lo quiere", afirmó la señora, "pero había que comprobarlo. Si el tipo va manejando, ¡me echa el carro! Y así, por experiencia, hoy puedo decir a los cuatro vientos que el célebre y muy ponderado doctor Casas es mucho más que un viejo engreido. Dicho en toda la extensión de la palabra, se trata, simplemente, de... ¡un reverendo hijueputa!".

martes, 2 de noviembre de 2010

Alberto Piedrahita Pacheco

Afirmar que tiene todos los años es simplemente un reconocimiento a la eterna juventud de este legendario del micrófono en la radio colombiana. Conocido como El Padrino, la voz de Alberto Piedrahita Pacheco es parte del patrimonio histórico de este medio, para el que durante los últimos años ha sido una de las voces cantantes de Caracol Radio en Bogotá.

La niñez y la adolescencia de los años 60 lo recuerdan a bordo de lo que hoy sería un armatoste en materia de vehículos: Un transmóvil de la emisora Nueva Granada de Radio Cadena Nacional, que además de sortear las trochas que servían de ruta a los héroes de las primeras ediciones de la Vuelta a Colombia, solía recorrer las calles de la capital para promocionar, puerta a puerta, productos comerciales que a su vez eran patrocinadores de espacios culturales y de humor en dicha estación.

Pretender reseñar la trayectoria de este ícono de la radiodifusión en tan breve espacio no sería justo para una carrera digna de ser contada en densos volúmenes. Por lo pronto, habrá que decir que a la fecha de esas líneas, El Padrino conduce La Barra de las 13, que se emite por la W Radio, frecuencia AM, donde tiene prácticamente la misma audiencia que lo sintoniza desde hace por lo menos 30 años. Interviene además en La Luciérnaga, el programa vespertino de Caracol Radio.

Piedrahita es parte de una camada del periodismo deportivo del Tolima, a la cual pertenecieron otros nombres destacados, entre ellos Humberto Rodríguez Jaramillo (q.e.p.d), Guillermo Tribín Piedrahita --exdirector de la United Press International y de la Agencia Española EFE, hoy afincado en Madrid--, Mario Leyva Mejía, Arith Rodríguez Lombana (q.e.p.d) y Héctor Troyano Guzmán. Sin haber alcanzado el igual protagonismo, también vale recordar al polifacético Germán Antonio Valencia Blanco.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Adiós al Gallego Blanco

A los 76 años falleció en Cali, al amanecer del sábado 31 de octubre de 2010, el periodista deportivo y taurino español Vicente Blanco, mejor conocido como El Gallego.

Durante 45 años estuvo vinculado a medios radiales, donde habló de deporte, toros y la vida. Gallego Blanco sufrió una dura enfermedad que lo alejó de su presencia ante el micrófono en el El Corrillo de Mao en los últimos años.

Nació en La Coruña (España) el 25 de marzo de 1934, y aunque residió en ciudades como Bogotá, Blanco esetaba radicado en la capital del Valle del Cauca, donde vivió una primera erapa desde desde 1953.

Fue visitador médico, representante de cantantes, compañías de teatro, orquestas, toreros y bailarines. En 1963 el cubano José Pardo Llada (1923-2009) lo invitó a hablar de fútbol en su espacio 'Mirador en el aire' en la sección 'Los que sí saben de fútbol'.

En 1979 hizo llave con Mario Alfonso Escobar en 'La Guerrilla Deportiva' del Grupo Radial Colombiano y en 1981 creó 'Prodeportivo' por Radio Sutatenza. En el 82 volvió a Todelar hasta 1986, cuando forma con 'Mao' 'Los Cabecillas del Deporte' en RCN hasta 1999.

También trabajó en Telepacifico. Ganó un premio Simón Bolívar al mejor trabajo de radio. Fue una hincha declarado del Deportivo Cali, era conocedor y amante de la fiesta taurina. Se distinguía por su capacidad verbal y su perspicacia en el diálogo.

Se alcanzó a despedir de su esposa Gloria. Deja ocho: hijos Martín, Bernardo, Juan Carlos, José Antonio, Ángela, Verónica, María del Pilar y Deisy.

La velación se cumplió en la funeraria In Memoriam y a las 9:30 a.m. del domingo tuvo lugar la ceremonia religiosa en la Iglesia San Fernando Rey, antes de su cremación en el cementerio Metropolitano del Sur.

Enlaces:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-834443
http://eje21.com.co/index.php?option=com_content&task=view&id=28213&Itemid=17284

Video
http://www.youtube.com/watch?v=P79XasRI4k4