jueves, 8 de marzo de 2012

"La Dimayor" era su nombre

Hoy, por casualidad en el Día Internacional de la Mujer, y aunque pudiera parecer un ejercicio traído de los cabellos, ¿por qué no evocar, al menos a vuelo de pájaro, y con la debida consideración del caso, a una protagonista del detrás de cámaras del fútbol colombiano, mejor conocida en su tiempo, años 80's del Siglo XX, como "La Dimayor"?

Por supuesto, ajeno a las diversas alegorías y discursos con los cuales el mundo conmemora la importancia histórica del bello género, aquel insólito ejemplar resurge hoy sigilosamente a la media luz de la memoria como un fantasma de asidua, pero sobre todo de lujuriosa presencia en el entorno del balón, alrededor del cual parecía girar su sentido existencial.

Mejor escenario para recoger sus pasos más recorridos no puede ser otro que el estadio El Campín en su desnudez y soledad de un mediodía de jueves, como hoy, no obstante las radicales transformaciones locativas, tecnológicas y burocráticas que la modernidad y la FIFA le han impuesto a este otoñal mastodonte de concreto.

Con su halo de misterio, nadie supo nunca su nombre. Ni siquiera los mismísimos beneficiarios de sus pasiones a destajo, los futbolistas, sus amores platónicos. Durante horas aguardaba a los ídolos con religiosa paciencia, aún se tratara sólo de verlos pasar. Con seguridad, llegó a detentar el récord de asistencias al Campeonato Profesional y de conocer al dedillo —de ahí el apelativo de "La Dimayor"— el catálogo de jugadores a lo largo de por lo menos una década.

Dentro de ese contexto, tampoco jamás se le vio interactuar en medio del fragor humano propio de los pasillos que conducen a los vestuarios. Entre los curiosos, aduladores, hinchas, dirigentes, periodistas deportivos, técnicos y auxiliares de radio, vendedores ambulantes, que suelen hacinarse en aquellos espacios, ninguno le oyó decir nunca un saludo, ni le conoció el carácter, menos aún sobre sus quimeras, su origen, oficio o condición particular

Vetada como era por aquel tiempo la presencia femenina a los entresijos de los camerinos, correspondió a "La Dimayor" ser una especie de punta de lanza, una adelantada de su época al desdeñar el asombro y la murmuración masculina en estos ámbitos. Sólo que a fuerza de la costumbre, lo que entonces entrañaba una mórbida osadía contra la tradición, dejó de serlo, al punto de que con el tiempo ya no fue más un referente de imprudencia, ni un bicho raro. Simplemente, se fue haciendo invisible.

Ni gorda ni flaca, ni bonita ni fea, ni alta ni menuda, de lacia cabellera negra a la cintura, redondo el rostro, los pómulos salientes, de negros ojos grandes que en su éxtasis al paso de los futbolistas tornaban en los del ternero degollado, "La Dimayor" solía sobre todo exhibir sugerentes escotes que insinuaban cierta abundancia y que, por supuesto, eran parte de sus credenciales.

Impensables por aquellos días los protocolos de seguridad y vigilancia imperantes hoy alrededor de los deportistas, aún por desconocidos o principiantes, se cuenta que "La Dimayor" acostumbraba a irse de ronda por hoteles y lugares de concentración de los futbolistas, a quienes acometía en la intimidad, aún a riesgo de los entrenadores y dirigentes más celosos de la conducta extradeportiva de sus subordinados.

Propio de las señoras escandalizadas de la época, el epíteto de moscamuerta encontraría aquí la perfección de la horma, cuando de la actitud casi sumisa y apocada de "La Dimayor" en público, en privado se transformaba en toda una bestia cuyos desenfrenos eróticos eran lo suficientemente capaces de desafiar al colectivo, según episodios como el ocurrido en la Selección Colombia Juvenil de 1981, dirigida por Eduardo Retat.

"Esa noche, todo el mundo comió embolado", relataría con procacidad, poco tiempo después, un auxiliar de utilería del equipo, para significar el ningún sentido de asepsia con que los jugadores asumieron la desaforada secuencia de "La Dimayor" en la cama. Con o sin la anuencia del cuerpo técnico, insaciable el otro cuerpo, el de la protagonista de esta historia, había logrado franquear una a una las puertas de la concentración de los futbolistas en el Club de Empleados Oficiales de Bogotá.

Esfumado su rastro de la escena futbolística, años más tarde fue avistada solitaria sobre la vía de Bogotá a La Calera, al parecer no propiamente en busca del norte, pues parecía deambular, sino porque del suyo se había extraviado varias décadas atrás.

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