miércoles, 10 de noviembre de 2010

Del campo de polo a la clandestinidad

Cuenta la leyenda que ni la hoja de un árbol se movía en Cali y en sus alrededores mientras no lo autorizara Álvaro José Lloreda Caycedo, uno de los más poderosos empresarios de Colombia, reconocido aristócrata del Valle del Cauca y polista. Su poder y su soberbia eran a tal punto superlativos que, por ejemplo, en el diario El País, el más importnte del occidente colombiano, del que fue su director y accionista, fue diseñada una puerta exclusiva para su ingreso a las instalaciones del diario conservador.

Fuentes allegadas al empresario indican que el hombre vive a sus anchas, rascándose el ombligo, en el Estado de la Florida. Años atrás, una juez lo condenó a nueve años de cárcel junto con su hijo Jorge Alberto. Su nueva defensa comienza ahora ante el Tribunal Superior de Bogotá. Nueve años después de estar convencidos de haber hecho un gran negocio, el empresario padre e hijo, miembros de una de las familias más influyentes del Valle del Cauca, recibieron un duro golpe. Una juez los condenó además a cancelar una multa de 13.000 millones de pesos porque consideró que los Lloreda estafaron al municipio de Cali en beneficio de sus empresas.

Este ha sido un caso muy complejo en el cual se entrelazan consideraciones financieras, políticas y judiciales. Lo que es claro es que sobre los mismos hechos ha habido múltiples interpretaciones. Hasta el momento estos son los hechos en que todos están de acuerdo: con motivo de la liquidación de Colpuertos, en 1991, se creó el fondo Foncolpuertos, que debía atender las reclamaciones laborales de 18.000 trabajadores. Algunos de ellos consiguieron, con medios poco claros, que los jueces les reconocieran millonarias pensiones e indemnizaciones a través de sentencias o actas de conciliación basadas en documentos falsos.

Como Foncolpuertos se demoraba mucho en pagar, con base en estas sentencias y actas, los trabajadores lograron que los jueces emitieran mandamientos de pago, que en la práctica son títulos valores de pago obligatorio por parte del Estado. Lo que querían los ex empleados portuarios era tener pronto la plata de su liquidación laboral y que otro se encargara de cobrarle al Estado, que al final pagaría en tres o cuatro años. En esas circunstancias aparecieron los Lloreda y realizaron varios negocios con mandamientos de pago expedidos a favor de pensionados de Colpuertos y se cobraron sin ningún problema.
A finales de 1998 les plantearon a los Lloreda un nuevo negocio que analizaron durante meses. Comprar los mandamientos de pago de otros 168 ex trabajadores y encargarse a través de Fidupacífico, cuyo presidente era Jorge Alberto Lloreda, hijo de Álvaro José, de cobrar 13.000 millones de pesos que sumaban estos títulos reconocidos por fallos judiciales. Al final hicieron el negocio y ese mismo 28 de diciembre del 98 aceptaron traspasarlo al Fondo Financiero que manejaba los recursos del municipio de Cali, Bancali.

Al gerente del Fondo, David Toledo, le pareció un excelente negocio en el que tenían cero riesgo y alta rentabilidad y así se lo planteó a la junta directiva. Con el transcurso del tiempo, esos 13.000 millones de pesos podrían significarle más de 40.000 millones de pesos en la negociación de ocho fideicomisos de administración, recaudo y pago de los mandamientos de los ex trabajadores. A finales del 98 ya se hablaba de que algo irregular estaba ocurriendo con las liquidaciones laborales de los pensionados de Colpuertos y se comenzaron a destapar los fraudes y falsificaciones de actas de conciliación que daban derecho a sumas exorbitantes. Pero sólo en el año 2000 el gobierno decidió parar los pagos.

La condena

Al emitir el fallo, la juez consideró que los Lloreda tenían conocimiento de los problemas de los mandamientos de pago y que aun así, decidieron vendérselos a Bancali. "Los directivos del Grupo Pacífico intencionalmente ocultaron la información que les había sido suministrada acerca del posible no pago de los activos de Foncolpuertos", dice la juez. Para la justicia, esto significa que los Lloreda engañaron al municipio al venderle unos títulos a sabiendas de que estaban cuestionados. Como prueba de esto alegan que la ex jefe jurídica de Foncolpuertos, Libia del Socorro Ortiz, les había advertido en una carta sobre las irregularidades de los mandamientos de pago, antes de que los Lloreda le vendieran los títulos a Bancali.

Por eso la juez los condenó por estafa agravada y desestimó el delito inicial, que era determinadores de peculado por apropiación. De hecho, en la misma sentencia, absolvió por este delito a David Toledo, el ex gerente de Bancali.

La defensa

Para los Lloreda y para su abogado, Yesid Reyes, la acusación por estafa fue desconcertante, ya que llevaban seis años defendiéndose y tres años atrás les habían imputado era el delito de peculado. Consideran que el cambio de calificación de un delito a otro es un proceso altamente irregular que va en contravía de los derechos del defendido. Por otra parte, alegan que la juez no tuvo en cuenta algunas pruebas que se presentaron en la etapa del juicio. Reyes dice que la condena se basó en la carta de la ex jefe jurídica de Foncolpuertos a los Lloreda en la cual les advierte de las irregularidades de los mandamientos de pago. Según Yesid Reyes, no se tuvo en cuenta que ella, bajo juramento, dijo otra cosa en el juzgado, el 14 de septiembre de 2006. "Yo lo que hice fue una advertencia general y no tenía pruebas de que las actas del negocio con Bancali fueran falsas. Yo no revisé las conciliaciones porque eso le correspondió a la firma auditora Arthur Andersen", sostuvo la ex funcionaria en su declaración.

Para Reyes, esta declaración era fundamental, pues demostraba que los reparos que existían hasta el momento no eran suficientemente específicos como para concluir que había un fraude detrás de toda la operación y que los mandamientos no serían pagados. Dijo, además, que la firma auditora Arthur Andersen no hizo ningún reparo después de revisarlos y que los Lloreda les notificaron el negocio a 11 entidades del Estado. "No he conocido a alguien que anuncie tanto un engaño. Y menos, que mis clientes hubieran logrado engañar a los funcionarios de Bancali cuando esta entidad contrató a prestigiosos abogados para revisar el negocio y los documentos", le dijo el jurista a la revista Semana de Bogotá.

En todo caso, lo que dijo la juez al condenarlos no es la ultima palabra. Los Lloreda y su abogado apelarán la sentencia ante el Tribunal Superior de Bogotá y confían en que los magistrados desestimen los cargos con el argumento de que se metieron de buena fe en un negocio en el que era imposible que a conciencia pusieran en riesgo todo su patrimonio familiar.

En la clandestinidad

Una juez condenó a este empresario del Valle del Cauca a pagar nueve años de prisión y a cancelar una multa de 13.000 millones de pesos. La funcionaria consideró que él, junto con su hijo Jorge Alberto, estafaron al municipio de Cali en beneficio de sus empresas.

El caso proviene desde la liquidación de Colpuertos, en 1991, cuando se creó el fondo Foncolpuertos, para que atendiera las reclamaciones laborales de 18.000 trabajadores. Algunos consiguieron por medios poco claros que los jueces les reconocieran millonarias indemnizaciones basadas en documentos falsos.

Como el fondo se demoraba tanto en pagar, lograron que se emitieran títulos valores para que los pagara el Estado. Esto les permitía a los empleados vender los papeles y obtener pronto su dinero, mientras que los compradores de los títulos les cobrarían el Estado y recibirían el dinero en un lapso de tres o cuatro años.

Se cree que los Lloreda vieron ahí un buen negocio y se dedicaron a comprar los papeles. Más tarde, los cobraron sin ningún problema. A finales de 1998 se les planteó a la familia un nuevo negocio que analizaron durante meses. Comprar los mandamientos de pago de otros 168 ex trabajadores y encargarse a través de Fidupacífico, cuyo presidente era Jorge Alberto, de cobrar 13.000 millones de pesos que sumaban estos títulos reconocidos por fallos judiciales.

Al final hicieron el negocio y ese 28 de diciembre aceptaron traspasarlo al Fondo Financiero que manejaba los recursos del municipio de Cali, Bancali. Antes de terminar el año ya se hablaba de que algo irregular estaba ocurriendo con las liquidaciones laborales de los pensionados de Colpuertos y se comenzaron a destapar los fraudes y falsificaciones de actas de conciliación que daban derecho a sumas exorbitantes. Pero sólo en el año 2000 el gobierno decidió parar los pagos.

La juez falló contemplando que los Lloreda conocían los problemas de los títulos que se habían emitido y que, aun así, decidieron vendérselos a Bancali. Para la justicia, esto significa un engaño al municipio.

Como prueba de ese conocimiento que tenían padre e hijo, hay una carta que les envió la jefe jurídica de Foncolpuertos, Libia del Socorro Ortiz. En ella, les advertía sobre las irregularidades de los mandamientos de pago, antes de que ellos le vendieran los títulos a Bancali. Por eso, la juez los condenó por estafa agravada.

Sin embargo, Álvaro José se rehúsa a presentarse ante la justicia para pagar la condena. Su abogado, Yesid Reyes, explica que la acusación por estafa fue desconcertante, pues llevaban seis años defendiéndose y tres años atrás les habían imputado el delito de peculado.

Según dice, el cambio de calificación de un delito a otro es un proceso irregular. Y asegura que fuera de eso, para el fallo no se tuvieron en cuenta algunas pruebas que se presentaron durante el proceso. Por eso, Lloreda sigue en la clandestinidad.

semana - miércoles 21 de marzo de 2007

lunes, 8 de noviembre de 2010

El Dr. Casas no es como lo pintan...

A menudo la audiencia, en especial las señoras, ve en Alberto Casas Santamaría a una especie de paradigma del caballero siempre dispuesto a despojarse de la chaqueta y tenderla sobre el charco en la calle, para que las damas puedan pasar sin mojarse ni enlodarse los pies.

En los cocteles, el hombre es uno de los más asediados. Su fino y a veces mordaz humor cachaco le hacen el contertulio ideal entre los suyos. Conservador en el sentido partidista, Casas es además individuo de las más rancias e inmodificables tradiciones sociales.

Su proverbial y manifiesto apego al pasado, como que su vehículo es un modelo que reclama el museo de la industria automotriz, lo identifican con la generación del Bogotá señorial y amable de tiempos ya marchitos, pero también con regímenes tan oscuros, oprobiosos y sanguinarios como el de Laureano Gómez (1950-1951), tristemente recordado como El Hombre Tempestad, El Monstruo y El Basilisco, por su ferocidad visceral.

Declamador de acartonada poesía al punto de producir el sonrojo o la hilaridad del prójimo, en verdad una cosa es el Alberto Casas consentido por el auditorio femenino, a la distancia y a través de la W Radio, y otra muy antagónica es la imagen del patán, del sujeto que no saluda a quienes espontáneamente se le acercan después de misa cerca de Unicentro o cuando visita una galería.

Se trata, pues, del arquetipo perfecto del individuo que sonríe y echa chistes entre los de su círculo social, y que, en la práctica, en el cara a cara con el ciudadano de a pie, es un anciano pedante y paradójico, reconocido transgresor de aquella que pareciera constituir una de sus banderas y de sus fortalezas emblemáticas: ¡la urbanidad!

Aunque suene a verdad de Perogrullo, la gente no es en esencia lo que predica, sino lo que practica. Así lo comentaba hace poco una joven señora que osó acercarse para saludarlo al cabo de un acto social, ante lo cual el ilustre doctor Casas no sólo tuvo la descortesía de ignorarla, sino que por poco la reduce al suelo para que se apartara del camino.

"Uno cree que son habladurías de alguna gente que no lo quiere", afirmó la señora, "pero había que comprobarlo. Si el tipo va manejando, ¡me echa el carro! Y así, por experiencia, hoy puedo decir a los cuatro vientos que el célebre y muy ponderado doctor Casas es mucho más que un viejo engreido. Dicho en toda la extensión de la palabra, se trata, simplemente, de... ¡un reverendo hijueputa!".

martes, 2 de noviembre de 2010

Alberto Piedrahita Pacheco

Afirmar que tiene todos los años es simplemente un reconocimiento a la eterna juventud de este legendario del micrófono en la radio colombiana. Conocido como El Padrino, la voz de Alberto Piedrahita Pacheco es parte del patrimonio histórico de este medio, para el que durante los últimos años ha sido una de las voces cantantes de Caracol Radio en Bogotá.

La niñez y la adolescencia de los años 60 lo recuerdan a bordo de lo que hoy sería un armatoste en materia de vehículos: Un transmóvil de la emisora Nueva Granada de Radio Cadena Nacional, que además de sortear las trochas que servían de ruta a los héroes de las primeras ediciones de la Vuelta a Colombia, solía recorrer las calles de la capital para promocionar, puerta a puerta, productos comerciales que a su vez eran patrocinadores de espacios culturales y de humor en dicha estación.

Pretender reseñar la trayectoria de este ícono de la radiodifusión en tan breve espacio no sería justo para una carrera digna de ser contada en densos volúmenes. Por lo pronto, habrá que decir que a la fecha de esas líneas, El Padrino conduce La Barra de las 13, que se emite por la W Radio, frecuencia AM, donde tiene prácticamente la misma audiencia que lo sintoniza desde hace por lo menos 30 años. Interviene además en La Luciérnaga, el programa vespertino de Caracol Radio.

Piedrahita es parte de una camada del periodismo deportivo del Tolima, a la cual pertenecieron otros nombres destacados, entre ellos Humberto Rodríguez Jaramillo (q.e.p.d), Guillermo Tribín Piedrahita --exdirector de la United Press International y de la Agencia Española EFE, hoy afincado en Madrid--, Mario Leyva Mejía, Arith Rodríguez Lombana (q.e.p.d) y Héctor Troyano Guzmán. Sin haber alcanzado el igual protagonismo, también vale recordar al polifacético Germán Antonio Valencia Blanco.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Adiós al Gallego Blanco

A los 76 años falleció en Cali, al amanecer del sábado 31 de octubre de 2010, el periodista deportivo y taurino español Vicente Blanco, mejor conocido como El Gallego.

Durante 45 años estuvo vinculado a medios radiales, donde habló de deporte, toros y la vida. Gallego Blanco sufrió una dura enfermedad que lo alejó de su presencia ante el micrófono en el El Corrillo de Mao en los últimos años.

Nació en La Coruña (España) el 25 de marzo de 1934, y aunque residió en ciudades como Bogotá, Blanco esetaba radicado en la capital del Valle del Cauca, donde vivió una primera erapa desde desde 1953.

Fue visitador médico, representante de cantantes, compañías de teatro, orquestas, toreros y bailarines. En 1963 el cubano José Pardo Llada (1923-2009) lo invitó a hablar de fútbol en su espacio 'Mirador en el aire' en la sección 'Los que sí saben de fútbol'.

En 1979 hizo llave con Mario Alfonso Escobar en 'La Guerrilla Deportiva' del Grupo Radial Colombiano y en 1981 creó 'Prodeportivo' por Radio Sutatenza. En el 82 volvió a Todelar hasta 1986, cuando forma con 'Mao' 'Los Cabecillas del Deporte' en RCN hasta 1999.

También trabajó en Telepacifico. Ganó un premio Simón Bolívar al mejor trabajo de radio. Fue una hincha declarado del Deportivo Cali, era conocedor y amante de la fiesta taurina. Se distinguía por su capacidad verbal y su perspicacia en el diálogo.

Se alcanzó a despedir de su esposa Gloria. Deja ocho: hijos Martín, Bernardo, Juan Carlos, José Antonio, Ángela, Verónica, María del Pilar y Deisy.

La velación se cumplió en la funeraria In Memoriam y a las 9:30 a.m. del domingo tuvo lugar la ceremonia religiosa en la Iglesia San Fernando Rey, antes de su cremación en el cementerio Metropolitano del Sur.

Enlaces:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-834443
http://eje21.com.co/index.php?option=com_content&task=view&id=28213&Itemid=17284

Video
http://www.youtube.com/watch?v=P79XasRI4k4

jueves, 28 de octubre de 2010

Mis disculpas, Don Fernando Garavito

El destacado escritor y periodista Fernando Garavito Pardo (1944-2010).

De antemano, talvez hay algo que desde la posteridad usted, apreciado Don Fernando Garavito, no va a perdonar, y es, aunque incidental, el poner su memoria y su recuerdo de intelectual, periodista íntegro y de crítico mordaz e irreductible, en el mismo espacio cibernético donde aparece alquien que representa todo lo contrario, cual es, abajo de este aparte, la infausta presencia de antiperiodistas como César Augusto Londoño.

Muy lejos del avatar periodístico, se ha marchado este genuino exponente del periodismo independiente, mejor conocido como Juan Mosca, una de las plumas más punzantes, más bravas y más temidas por el poder y por la clase política en Colombia. Según las versiones de Caracol Radio, un acceso de sueño, mientras estaba al timón de su auto en la ruta entre Marfa y Albuquerque, del Estado norteamericano de Nuevo México, lo condujo al dormir definitivo.

Fernando Garavito estaba exiliado en ese país luego de que por amenazas contra su vida en 2002 tuviera que salir de Colombia. Antes de su forzada salida, Garavito fue columnista y maestro de las nuevas generaciones de periodistas. Abogado javeriano, también ocupó cargos diplomáticos en representación de Colombia en Suiza y Portugal. En los años 80 dirigió la revista Cromos.

A comienzos de 2010, Fernando Garavito se sumó al equipo editorial de la revista Razón Pública "Lo he dicho varias veces", recordaba hace poco el Maestro: "Hernando (Gomez Buendía, el director) me rescató, me dio una responsabilidad y volví a sonreír y a creer en la vida. Estoy muy agradecido por ello".

En Marfa, a 280 millas de El Paso y 400 millas de Houston, el maestro Fernando Garavito estaba dedicado a la redacción de un libro homenaje al gran amor de su vida, la maestra de ballet y coreógrafa, Priscila Welton. El proyecto había sido seleccionado por la Fundación Lennan, que le otorgó una beca en creación literaria.

Ésta exigía su dedicación exclusiva por lo cual tuvo que dar la pelea para sacarle tiempo a la edición de Razón Pública y a sus tres gatos, que eran también parte de su familia. "Entonces puse sobre el tapete el caso de mi trabajo en la revista, les expliqué que para mí, más que un modo de vida, es una forma de vida" relató a ese medio tras ser autorizado para continuar con delicada y firme labor como Editor Adjunto. "Terminamos de acuerdo: para mí el verdadero tiempo precioso es el de la revista".

En las últimas semanas, el maestro Garavito estaba feliz. "Desde hace tres años, cuando murió mi hermosa y joven mujer a quien amé y amo profundamente, comencé a escribir sus hechos, su historia. No la menciono para nada. Ella es sólo para mí, su nombre sólo a mí me interesa. La semana pasada terminé la primera parte: tres años de trabajo, veinticuatro pequeños textos que, en total, no tienen (o tenían) más de 400 palabras. Al final los leí. Y, claro, descubrí que siete de ellos no servían y los eliminé sin misericordia. Ahora vuelvo a comenzar, hasta que lo logre. Después, cuando por fin termine, escribiré la segunda y la tercera parte. La cuarta ya está escrita. Un pequeño libro de muy pocas palabras que se llamará ‘De la luna y el sol', y que encerrará una vida profunda y bella y misteriosa. Pienso que ese es el trabajo de la poesía", contó el maestro en unos de sus últimos correos a la redacción de la revista.

Solo contra el mundo durante la última etapa de su ejercicio profesional, cuando, bajo amenazas de muerte que se mantienen en la impunidad, debió abandonar el país a causa de sus columnas en El Espectador, fue Juan Mosca uno de los más duros detractores del gobierno de Álvaro Uribe durante la primera etapa del mandato del caballista y propietario de la megafinca de El Ubérrimo.

Garavito nació en Bogotá en 1944, se recibió como abogado de la Universidad Javeriana. Estuvo casado con la poeta María Mercedes Carranza, de cuya unión nació Melibea, su hija mayor.También se desempeñó como profesor universitario y fue diplomático en Berna, Suiza, y Lisboa, Portugal. Casado por segunda vez, había quedado viudo de Priscila Welton, con quien tuvo a Fernando y Manuela.

En el año 2001, obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar por su investigación sobre la toma del Palacio de Justicia. A su prolífica producción periodística corresponden éxitos de librería como Ja (1976) y Álvaro Uribe, El Señor de las Sombras (2002). Entre sus trabajos más difundidos y recordados están Reportajes de Juan Mosca (1983) y El país que duele (1996). En el género literario escribió El Corazón de Oro (1993).

El periodista envió a finales de septiembre del 2010 una carta al presidente de Georgetown University sobre el nombramiento de Álvaro Uribe como profesor de esa universidad. Gavarito aclaró que no era enemigo de Uribe, pero que no compartía la decisión de la universidad: “Pienso que mientras no se decida su situación jurídica, él no puede estar al frente de una cátedra donde se imparta cualquier tipo de instrucción a quienes él mismo llama 'futuros líderes'
En la sección Qué pasó con..., la revista Semana publicó el sábado 6 de marzo de 2010 la siguiente reseña:

"En 2002, siendo columnista de El Espectador, el bogotano Fernando Garavito o Juan Mosca, fue amenazado de muerte por paramilitares y tuvo que exiliarse. Se radicó en Santa Fe, Estados Unidos, donde meses más tarde dejó de escribir su columna ‘El señor de las moscas’. Según cuenta, el diario prescindió de sus servicios después de publicar un artículo en el que preguntaba: “¿Por qué los autores del desfalco a la Nación a través del Banco del Pacífico ocupan los más altos cargos administrativos del nuevo gobierno del presidente Uribe Vélez?”. Con su destierro, Garavito dejó atrás una vida entregada al periodismo, pues durante 34 años fue redactor, editor y director de diferentes medios. Un año antes de dejar el país, por ejemplo, obtuvo el Premio de Periodismo Simón Bolívar, por su investigación sobre la tragedia del Palacio de Justicia. ‘Juan Mosca’, su seudónimo durante años, se dedicó en la soledad del exilio, a la literatura. “Me gusta más la poesía que el periodismo y más las novelas que la investigación”, expresa. Se dedicó “a leer en pantuflas” y lejos de su tierra completó 14 libros publicados. Entre sus obras destacadas se encuentran Reportajes de Juan Mosca, editado en 1983, País que duele, de 1996, y un volumen de periodismo literario llamado El corazón de oro, de 1993. Hoy, Garavito es candidato del Polo Democrático a la Cámara como representante de los colombianos en el exterior. Después de ocho años afuera, regresa para “agitar ideas, abrir caminos, plantear líneas de fuga”.
Con su característica ironía, este intelectual bogotano dejó en la Biblioteca Virtual del Banco de la República el siguiente registro, bajo el título Fernando Garavito, hoja de vida:

Fernando Garavito (Bogotá, 1944) es periodista.

LO INÚTIL

Luego de terminar en 1966 su carrera de abogado en la Universidad Javeriana (en la cual se graduó, con honores, terriblemente tarde gracias a un exhaustivo ensayo sobre Ricardo Medina Moyano en el cual se incluye, vaya usted a saber por qué, un estudio sobre Julio Flórez titulado El rígido esqueleto de la amada), publicó dos libros de poemas: (1976), e Ilusiones y erecciones (1989). Con la edición de un número especial bajo el titulo de Son Neto, la revista Golpe de Dados rindió en febrero del año 2000 un homenaje a su trabajo literario. Tal vez ya para entonces había olvidado el fiasco que constituyó el otro número monográfico de la misma revista, el cual se tituló Agujeros en las medias, que apareció en 1982.

LO IMPRESCINDIBLE

Dentro de un sinnúmero de volúmenes malos y remalos, escribió tres que a él le gusta considerar como muestras de periodismo literario: Reportajes de Juan Mosca (1983); El corazón de oro (1992); y País que duele (1996).

LO IMPORTANTE

En 1970 ideó y puso en marcha el Tren de la Cultura, un museo que montó sobre seis vagones de ferrocarril, el cual recorrió por espacio de cuatro años el país entero, fue visitado por seis millones de personas y fue recomendado por la Unesco como programa cultural para el Tercer Mundo. En 1975 organizó y dirigió a Estravagario, la revista cultural de El Pueblo, de Cali, que tuvo una significativa participación en la vida intelectual de Colombia a finales de los años setenta. En 1988 publicó dentro de la llamada Biblioteca de Bogotá, un manuscrito inédito de El Camero, el de Ricaurte y Rigueyro, que data de 1784.

LO DEL DIARIO

Por último, fue diplomático en Berna y Lisboa. profesor de la Universidad Javeriana (Literatura del Siglo de Oro - Departamento de Literatura), y articulista de El Tiempo y de la revista Cambio. Actualmente escribe dos columnas de opinión en El Espectador: El señor de las moscas y Al desayuno. colabora semanalmente en la revista Código del mismo periódico, y es profesor de medio tiempo de la Universidad del Rosario (Estilos argumentativos y Mediología - Facultad de Relaciones Internacionales), y de los Andes (Entrevista y Reportaje - Postgrado de Periodismo).

LO DE MENOS (QUE ES LO DE MÁS)

Todavía tiene cédula de ciudadanía: 17106.174 de Bogotá; su nombre completo es Fernando Garavito Pardo; está casado; tiene tres hijos (de 26, 18 y 9 años); y sobrevive con su familia en Bogotá: Carrera 2 # 70-92 (Casa 11), teléfono 235 2099.

¡AH. Y EL AUTOGRAFO!

FERNANDO GARAVITO

Bogotá, agosto 1, año 2001 Biografía y recuerdo
http://www.polomosca.com/2010/10/murio-fernando-garavito-la-partida-de.html

Ejercicios de soledad (poema)
http://www.enfocarte.com/poesiasemanal/garavito.html

Radio IndyMedia
http://colombia.indymedia.org/news/2008/05/87491.php

RazónPública.com
http://www.razonpublica.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1496:muere-en-estados-unidos-fernando-garavito-pardo-editor-adjunto-de-razonpublicacom&catid=159:digalo-en-razon-publica

Revista Semana -
http://www.semana.com/noticias-nacion/fallecio-periodista-fernando-garavito/146505.aspx

martes, 5 de octubre de 2010

El Tiempo: ¿Saboteo? ¿Desgreño?


No es cuestión de rasgarse las vestiduras, pero desaguisados como el que registra el doble facsímil de la página 1-20 de El Tiempo en su edición del sábado 2 de octubre de 2010, dejan mucho que desear acerca de la preeminencia, la tradición y del rigor periodístico del diario más importante de Colombia.

¿Estaría pensando el redactor de marras en el sexo oral? O, por razones afines, mientras escribía el pie de foto, ¿habrá sufrido el periodista algún derrame, y de qué índole? Pero, si esto ocurre en el decano del periodismo nacional, ¿qué decir de los despropòsitos y las barbaridades que constituyen la razón de ser de otros medios, como la radio juvenil de la FM, con Willyam Vinasco Chávez a la cabeza de Candela Estéreo?

El flamante y muy sintonizado Willyam Vinasco Chávez lidera el rating de la chabacanería y del género ramplón en la radio colombiana. Con su efecto multiplicador, el fuerte de su audiencia —Sanandresitos (1), ventas de aguacate, puestos de pelanga (2), comercio informal, repuesteros (3), choferes de taxi, bus y buseta— ha trascendido a un sector bastante vulnerable, y además proclive, al boom del mal gusto: la nueva generación, particularmente en los estratos bajos, que constituyen la mayoría de la población.

Y así, mediante la promoción sistemática de los antivalores a escala popular por parte de estaciones como la suya, podría explicarse en parte "la calidad" de nuevos ciudadanos que emergen hacia la sociedad.

Por donde se le mire, se trata de una sociedad atribulada, sitiada por la impunidad, en este caso la del Ministerio de Comunicaciones, y particularmente gonorreizada (4) por el imperio de los parceros (5) y por la proliferación de otras plagas urbanas.

(1) Sanandresitos: Nombre originado en el puerto libre de San Andrés Islas, Colombia. Mercados populares que ofrecen productos generalmente originarios de China y del resto de Oriente (jabones, champúes, licores, ropa, zapatos, relojería barata, joyas de acrílico, electrodométicos, etc.).
(2) Pelanga: Sustantivo para designar la gastronomía del proletariado, tradicionalmente asociada a sobredosis de colesterol: morcillas, bofe, chunchullo, sancocho de gallina, chicharrones crujientes, huesos de marrano, criadillas de toro, jeta de puerco, etc.
(3) Repuesteros: Comerciantes informales de repuestos de automotores.
(4) Gonorreizada. Participio pasado del verbo gonorreizar, del diccionario de las pandillas, derivado del sustantivo gonorrea, que bajo la connotación de adjetivo se emplea para calificar o descalificar a un individuo considerado despreciable.
(5) Parcero. Entre los jóvenes, voz para designar: amigo, compañero de barrio, de aventura. Vocablo muy extendido entre las pandillas juveniles de los barrios subnormales.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Seminario del CPB - 1974

Tiempos dorados del Círculo de Periodistas de Bogotá. En noviembre de 1974 fue convocado el III Seminario Nacional de Periodismo del CPB para cronistas deportivos. Épocas en las que esta especialidad de la información participaba activamente en este tipo de eventos en procura de un nivel cokmpetitivo hoy en declive.

Aparecen, entre otros, y comenzando por la fila del fondo, de izquierda a derecha, a partir del periodista no identificado de la camisa roja, del diario La República, de Bogotá: José Fernando Corredor (fallecido, La Patria, de Manizales), Camilo Tovar Ramos (El Tiempo, de Bogotá), Guillermo León Giraldo (después laboraría en El Mundo, de Medellín), periodista no identificado de Bucaramanga; Rafael Sarmiento Colley (Diario del Caribe, de Barranquilla), Carlos Lajud Catalán (fallecido, corresponsal de El Espectador en Barranquilla), Bernardo Buriticá, Berburi (fallecido, El Colombiano, de Medellín) y Fernando Panesso Serna (Cicrodeportes Antioquia).

Fila del centro: Hernán Peláez Restrepo (Caracol Radio), Daniel Samper Pizano (El Tiempo), Santiago Pardo Umaña (fallecido, columnista de El Tiempo), una sobrina suya no identificada;
Amparo Gil Ochoa (periodista de tenis y golf, de Medellín), Rosario del Castillo Pardo; mejor conocida como Camándula (otra sobrina de Santiago Pardo, colaboradora de El Tiempo) y Alberto Marulanda (El País, de Cali).

Sentados: Luis Fernando Santos Calderón (Jefe de Producción de El Tiempo), Iván Mejía Álvarez (Revista Vea Deportes), Gonzalo González, GOG (fallecido, catedrático, escritor y colaborador de diarios como El Espectador), Humberto Jaimes Cañarete (fallecido, Jefe de Deportes de El Tiempo), César Giraldo Londoño (Jefe de Deportes de El Colombiano, de Medellín) y Carlos Eduardo Tapias, Tapita (fallecido, El Espectador, de Bogotá).

lunes, 27 de septiembre de 2010

Se fue Hammer Londoño

El narrador caleño Hammer Londoño falleció en Orlando, Florida, luego de ser atropellado en el estacionamiento de un negocio familiar por un vehículo que tenía una sola luz y cuyo conductor se dio a la fuga, según describió su hermano ArleyLondoño, también radicado en Estados Unidos.

Hamer, de 54 años de edad, fue narrador de las cadenas radiales Súper, Caracol y Todelar, y del espacio Prodeportivo, de la extinguida Cadena Sutatenza, de Bogotá.

En Caracol Radio, además fue locutor de noticias, tras un largo período como narrador, rol al que llegó tras iniciarse en los medios como mensajero en la Voz de Cali, cuando recibió la oportunidad para narrar de Armando Moncada Campuzano.

Fue elegido el mejor narrador del Mundial de Estados Unidos en 1994.

Su última etapa en la radio colombiana estuvo marcada por su presencia en "El Gran Debate" de Todelar, al lado de Esteban Jaramillo.

Hammer Londoño (izquierda)

lunes, 20 de septiembre de 2010

Una patada histórica...

Desde el Camembert hasta el Ricotta, pasando por el humilde quesillo, la cuajada y el campesino, la gente suele comer queso sin ningún miramiento. Así como los hay de las más diversas clases, todos tienen sus propios paladares y sus niveles de aceptación. Desde luego, por cosas del mercado, muchas veces parte de la clave del éxito del producto está en el empaque y en la estrategia publicitaria. Así se posicionan grandes marcas. No obstante, aparte de quien los fabrica, nadie en verdad sabe cómo son los quesos de puertas para adentro, y si en rigor cumplen con las normas de calidad y de higiene para ponerlos en el mercado.

Algo similar ocurre con determinada clase de individuos en sociedad, y sobre todo con aquellos que alcanzan cierta preeminencia pública. Objetivo de los reflectores y de las cámaras, muchos de ellos reciben —y a veces los merecen— los mejores elogios por su desempeño empresarial. Ya sobre la alfombra roja o en la vida social, ciertas de estas celebridades suelen vender su imagen con alguna sonrisa de ocasión, y con ello ganan adeptos a la distancia. Ahora, se dan también los casos de miembros de la élite lo suficientemente cafres como para ni siquiera dignarse a responder el saludo del admirador espontáneo o de su propia servidumbre, referente con el cual muchos identifican al hombre de la foto.

Se trata de Luis Fernando Santos Calderón, flamante ejecutivo e ícono de la Casa Editorial El Tiempo, a la que perteneció con lujo de servicio empresarial durante 40 años en diversos cargos estratégicos, y quien puede ser uno de esos protagonistas de la vida social y corporativa del país que, gracias al éxito, pero sobre todo al poder político y económico detentado, sólo recibe encomios y tiene aúlicos por doquier, lo cual no deja de ser una apuesta a la ruleta, toda vez que un designio suyo puede —para bien o para mal— marcar un destino.

Talvez no haya dependencia a la que ingresara o trayecto que recorriera dentro de las instalaciones del diario donde no se lo recuerde por algo distinto a su soberbia, descortesía ramplona y despotismo congénito. Salvo para hacerles algún requerimiento a sus empleados, el hombre es recordado en el ámbito de sus relaciones con el común del personal porque pasaba por entre sus súbditos como si fueran entes abstractos, cuando no cosas despreciables.

Y es así como desde la óptica y la experiencia de muchos de quienes fueron sus colaboradores, la figura de Santos resulta bastante ingrata. Muchos de ellos no lo evocan propiamente por su buena onda como persona, pues su naturaleza arrogante, su falta de modales y su prepotencia parecen ser parte de su impronta como empresario y de sus códigos como individuo. Parece evidente que su visión sobre el prójimo distinto al de su estirpe es más o menos la misma que pueda tener sobre las cucarachas.

"Si ese man pudiera pisarlo a uno", comentaba un mensajero, "lo haría gustoso. Pero no lo hace por obvias razones, y es que la caca no se pisa. Por lo general, el tipo no saluda a nadie. Simplemente, pasa como una mula".

Se dice que en otros tiempos, en sus años mozos, hacia los '80, y para efectos del campeonato interno de fútbol de la empresa, decidió, con buen olfato político, integrar el equipo de una de las secciones sindicalmente más sensibles y más importantes del diario: el departamento de rotativa. ¿Se imaginan un paro en esa dependencia?

A propósito de aquel torneo, cuenta la leyenda que era tanta la animadversión que Santos despertaba entre muchos de sus súbditos, que alguno de ellos, prevalido del cierto fuero que se tiene dentro del campo deportivo con relación al ámbito laboral, aprovechó la coyuntura para mandarle "tremendo viajado" —es decir, una patada de padre y señor— que le costó al jefe una delicada lesión de rodilla, suficiente para conminarlo a las muletas durante varias temporadas, y al parecer a riesgo de quedar caminando como chencho de por vida. Algunas fuentes refieren que el alcance de la coz de su empleado llegó hasta los Estados Unidos, donde el alto ejecutivo fue tratado. Como quien dice, una lección de la arrogancia con la malparidez, digna de no olvidar nunca.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Se transformó El Señor de la Noche...

El reconocido periodista Antonio Ibáñez falleció en Bogotá en la madrugada de este miércoles tras complicaciones de salud. Durante 30 años, Ibañez se destacó por sus programas radiales en la noche.

Ibañez nació en Salgar, Antioquia, hace 77 años y desde hace tres décadas venía dirigiendo múltiples programas radiales en la noche y en la madrugada.

En Caracol Radio estuvo dirigiendo el programa "Una Voz en el Camino" hasta 1987, desde las doce de la noche hasta las cuatro de la mañana, entrevistando en directo a grandes personajes de la cultura, la música y la actualidad nacional.

Antonio Ibañez es recordado como un periodista amante de la lectura, de las artes y de la música, en especial de los tangos y el folclor argentino.

Durante su extensa vida profesional también incursionó en la televisión, emitiendo en varias oportunidades su programa de manera simultánea por radio y a través de canales nacionales y locales.

Actualmente dirigía el programa Habitantes de la Noche en la cadena Todelar, espacio al que solía llamar La Universidad de la Noche.

Para citar que alguien, amigo o no, había fallecido, Ibáñez acostumbraba a decir que fulano "se transformó", con lo cual sólo quería decir que más allá de la presente, hay otras dimensiones de la existencia.

Las fotos de Doña Gloria...


Tan respetado y tan respetable, pero también tan impredecible y tan temido como una onda sísmica, para el común de sus colaboradores de planta en El Tiempo, la aparición de Enrique Santos Castillo por los pasadizos de la Sala de Redacción generalmente suscitó conmoción y hasta escalofrío.

Así como a su talante y genio la tradición familiar del periódico le atribuye toda una época, un rigor y un estilo, también cada idea suya constituía todo un dogma, pues contra ello no procedían apelaciones, según escenas como la presente, acaecida en los albores de una jornada en los años '80s.

—¿Ju-Julia? ¡Juuuliaaa! ¿Alguien ha visto por ahí a Julia?, requiere a la distancia y sobre la marcha, con aire nervioso y en tono de apremio el Editor General del periódico.

—¡Dígame, Don Enrique!, se apresura a contestar la madrugadora Julia B desde su módulo de la Sección Femenina, donde se aprestaba a tomarse la primera y tonificante agua aromática de la mañana en medio de la lectura ritual de la prensa del día.

Minutos antes, Helena Bautista, la sempiterna secretaria de Redacción, le ha transmitido a su superior un perentorio recado de Gloria Zea, la influyente directora de Colcultura. Raudo el paso, la voz exaltada, penetrante y por ráfagas, y su proverbial tamboreo con los dedos sobre las bardas de fórmica lo anuncian por entre los módulos que zonifican informativamente la Sala de Redacción, un laberinto bañado por luz de neón. La exasperación del editor del periódico, que ahora quiebra el silencio matinal del recinto con el inconfundible tableteo de su voz, es sintomática de algún desliz habido en el tratamiento de las noticias.

—¡Ju-Ju-lia, Ju-lia, qué-qué le he dicho ta-tántas veces!, ¿ah?, reclama sobre el camino. “¡Ex-explíquese!”.
—¿Explicar qué, Don Enrique?, pregunta la periodista, manifiestamente lívida y atribulada, luego de suspender de ipso facto la lectura. Sin parpadear, ahora ella lo aguarda en pie.
—¡No, no, al ca-ca-carajo, no seamos tan-tan brutos!
—¿Y ahora qué pasó, Don Enri…?
—¡Pues, pa-pa-pasó que-que o-otra vez me-me está lla-llamando esta se-se-señora...!
—¿Cuál señora, jefe?
—¡Ca-casi nada, pu-pues, la di-di-directora de Co-Colcultura, a re-reclamarme!
—¿Y eso?
—¡Gra-gravísima vaina con ella!
—¿Gravísima, dice? ¡Ah, no, jefe, esta vez no podrá decir ella que la tergiversé! Menos mal, ahí en el escritorio tengo todavía el casete de la entrevist…
—¿La-la en-entrevista? ¡Eso me-me importa un bledo! ¡Lo que tengo que de-decirle es pe-peor, chata, pero mu-mucho peor!, exclama Santos Castillo a ritmo de metralleta y con la cabeza entre las manos. “¡Cré-créame!, ¿sí?”.
—¡Imposible, Don Enrique, porque, soberana página y media que le dediqué no es cualquier co...!
—¡Ah, no, si-si por eso fu-fue-fuera…!
—¿Entonces?
—¡Sencillamente, que-que la-la emba-barró, Ju-Ju-Julia, reconózcalo, otra vez la-la em-embarró te-te-terriblemente!
—¡Qué pena, pero no entiendo nada, Don Enrique!
—Pe-pe-pero, ¿có-cómo me hace ésta, Ju-Julia? ¡No hay derecho! ¿Por-por qué lo-lo hizo?
—¿Por qué hice qué, Don Enri...?
—¡Las fo-fotos, por Dios, esas fotos! ¿No se da cu-cuenta?
—¡Un momentito!, replica Julia B, víctima de una intermitencia cromática en el rostro, que va de un blanco casi forense hasta un violeta de connotaciones cardíacas, y de reflejo echa mano del ejemplar de El Tiempo objeto del reclamo. “Ante todo, y me perdona la franqueza, yo no hice las tales fotos. Además, ¿de cuál de las cinco fotos publicadas me está hablando, Don Enrique? Mire, jefe, mire: para comenzar, esta bien grande en la primera pág...”.
—¡Ni hablar, pe-pero si-si fue u-usted mis-misma quien las escogió, so bruta! ¿Quién más? ¡Mí-mírelas to-todas, qué ho-horror, qué horror, qué-qué pena! ¡Ca-ca-carajo, e-eso no tiene la mínima pre-pre-presentación!
—¡Me rindo, Don Enrique, me rindo! Vea: excelente foco, encuadre correcto, el mejor color, impecable edición, suficiente despliegue... ¿Qué más se puede pedir? ¡Ah, y para más señas, las tomó el maestro Carlos Caicedo!
—¡Na-nada de eso! ¿Y po-por qué, me-mejor, no se le o-ocurrió ir al... al... al este... al-al Ar-archi-chi...?
—¿Al Departamento de Archivo, querrá decir, Don Enrique?
—¡Eso, eso, sí, al Ar-Archivo, do-donde hay unas fo-fotos chus-chusquísimas de-de Glorita!
—Pero, si...
—Pero si... ¿qué, Julia? ¡Animal de monte! ¡Esto es u-una in-infamia!
—¿Infamia? Vea, jef...
—¡Nada, Ju-Julia, no veo na-nada, im-imbécil! ¡Ya lo vi todo!
—La verdad del caso, Don Enrique, es que esas ‘fotos oficiales’, y además en blanco y negro de la señora Zea, ya están más que requetepublicadas. Y como si fuera poco, en las benditas fotos ésas del Archivo ella aparece como de…
—¿Có-como de qué, por ejemplo? ¿Ah? ¡Dí-dígame, Ju-Julia!
—Sí, jefe, y aquí no nos digamos mentiras: en esas fotos, ella aparece como de veinte añ...
—¿De veinte años? ¡No, no, Julia, a fre-freír espárragos! Glo-Glorita nunca más me-me vuelve a pe-pe-perdonar o-otra cha-chambonada de ese ta-tamaño! Es cierto que-que los a-años no pa-pasan en vano, pe-pero, ¡ca-caramba, ta-tampoco exageremos!
—No exagero, Don Enrique…
—¡Claro que exagera! ¡Se pi-pifió usted y se pifió Caicedo! ¿Adónde anda ese tipo, ah? ¡Helenita, bús-búsquemelo, pero ya! ¡Mi-mire, Julia, esta calamidad de fotos, hay que-que ver có-cómo me volvieron a esta señora! ¡Un verdadero desastre! ¡Se la tiraron! ¿Le-le pa-parece justo eso, Julia?
—Pero, si esa es Doña Gloria Zea en la actualidad…
—¡No, no hay derecho! ¡Se la petaquearon! Además de in-inteligente, bien chu-churro como ha sido Glo-Glorita, ahora la-la pobre quedó, ni más ni menos, que-que co-como esta… es-esta fa-famosa líder sio-sionista… Go… ¿Gold…?
—¿Golda Meir?
—¡Ah, eso, Julia, eso, igualitica a Go-Golda Meir! ¡Menos mal lo admite...!

—¿En serio? ¿A Golda Meir? Pero, ¡cómo así! ¿De veras, le parece, Don Enrique Santos?
—¡Y no son ganas mías de so-sobar la pita, pe-pero mírela bien! ¡Obsérvela! Cualquiera diría que se trata de-de la antigua Pri-Primera Mi-Ministra de-de Israel, y, por si fuera poco, ¡co-como re-recién sa-salida de la mismísima tumba! ¡Casi nada!
—¡Tampoco, jefe, tampoco me diga eso! Sí es cierto que durante la entrevista noté a Doña Gloria algo incómoda por la presencia del fotógrafo… Pero, si somos objetivos, el pobre Caicedito es ante todo un fotógrafo…
—¡Por su-supuesto, Julia, que es un fo-fotógrafo! ¿O qué-qué o-otra cosa?
—¡Por lo mismo: él es fotógrafo, no cirujano plástico!
—Pero, ¿có-cómo se atreve, Ju-Julia, cómo se a-atreve a decir semejante dis-disparate? ¿Se en-enlo-lo-queció o qué?
—¡De veras, con todo respeto, Don Enrique, pero creo que esto no es para tanto!
—¿Que-que no es para ta-tanto? Por si no lo sabía, mi querida Julita, y no me con-contradiga, ¡es pa-para mucho, y se-sépalo de u-una vez por todas: para mucho no, para mu-muchísimo! ¡Noooo, señora, con la i-imagen de-de la gente no se juega!
—Bueno, jefe, entonces ya será en un futuro...
—¿Ah, sí? ¿Y es que usted to-todavía cree que el fu-futuro e-existe? ¿Usted sí-sí cree en su futuro? ¡Dí-dígame!
—Yo sí, jefecito. ¡Siempre!
—¿Ah, sí? ¿Y por ca-ca-casua-casualidad, a-a-ahora no estaba u-usted co-consultando el-el ho-horóscopo? ¡No, mijita, ya de-dejémonos de pe-pendejadas, hay que-que vivir el presente, ser realistas! ¡Ate-aterrice, viejita pendeja, aterrice!
—Por esa misma razón, Don Enrique…
—¡No, no, es que aquí no hay ra-razón su-suya que valga!
—¿Y entonces, jefe?
—En-entonces, Ju-Julia, ¡ya, pe-pero ya mismo, para desembarrarla, qui-quiero o-otro gran re-reportaje con ella! ¡Y no se di-diga más sobre es-este asunto! ¿Me-me es-escuchó?
—¡Me pone en ascuas, Don Enrique! Porque con Doña Gloria ya habíamos agotado el tema. Por cierto, y si la leyó, la entrevista con ella trata sobre su gestión en Colcultura, sus logros, sobre sus expectativas, sus proyectos... De veras, jefecito, ¡no quedó nada en el tintero!
—¡Qué-qué tin-tintero ni-ni qué o-ocho cuartos! ¡En-entiéndalo así, Ju-Julia, póngale siquiera un tris de i-imaginación y no sea tan-tan cabecidura, china, que me-me daña el co-corazón!
—Pero, jefecito, aquí no hay derecho…
—¡Cla-claro que sí hay derecho! Las co-cosas entran po-por los-los ojos! Mi-mirando esas fotos de hoy, co-como dice Pachito (Francisco Santos, su sobrino, exvicepresidente de la República), ¡es más bo-bonito un bus viejo por-por debajo!
—Por lo visto, jefe, entonces será preguntarle a Doña Gloria sobre gastronomía, sobre sus viajes por el mundo, sus lecturas, acerca de la ópera, los museos, sobre su ropero, sobre vinos... ¿Sobre qué?
—¡Genial, genial! ¡Eso, eso: de-de vinos! ¡Me-me suena hasta chirriado! Por ahí sí es la cosa. Y pa-para que lo sepa, ella es to-toda una... una... ¿cómo es que dice D’Artagnan? ¡Helena, llamáme al chino Robertico (Posada, el mismo D'Artagnan)!, ¿sí? Entiendo que-que ella es una… una...
—¿Una tâte-vin?, inquiere la reportera ya golpeada en su autoestima, la cual pretende blindar con recargada fonética propia de un miembro del Cordon Bleu.
—¿Y eso qué es, Julia? ¡No, tra-tradúzcame y déjese ya de pendejadas!
—Pues, catavinos en francés. ¡Desde luego, jefecito, una tâte-vin, que es el término original!
—¡No, de fra-franchute, ni idea, pe-pero algo así!
—¿Enóloga?
—¡No, no sé! ¡De pronto, de pronto...!
—¡Ya sé, jefecito! ¿Vinicultora?
—¡No, ala, por ahí sí no es la vaina!
—¿Vitícola?
—¿Se le rayó el disco, mijita? ¡O me está ma-mando ga-gallo! ¿Ah?
—Entonces, ¿vitivinicultora?
—¡Caray, qué preguntadera la suya tan jarta! Que le jale a la co-cosecha de la uva, ya es una exageración, Julia, ¡pe-pero, si es usted la que debe investigar cuál es la vaina ésa de Glo-Glorita co-con el vino!
—¿No será, más bien, que de vez en cuando a la señora le gusta tomarse sus anatoles?, sugiere Julia B. en un dejo de confianza y tratando de bajarle la temperatura al asunto.
—¡Pe-pero, por Dios, mucho más que eso, mu-mujer! Yo sólo sé que-que el-el vi-vino es una de sus gra-grandes pa-pasiones! Además, ¡decir-decírmelo a mí, que-que he tenido que-que li-li-lidiarla en los co-condumios y que la-la he visto la-ladeada y hasta andando en cua-cuatro patas!
—¡Ya, ya, Don Enrique, está bien, como mande: hablaremos de vino! Si seré testaruda, y me perdona, pero, pensándolo mejor, a estas alturas de la vida, ¿cómo voy a usar yo una foto de archivo, cuando se supone que si vamos a tratar sobre vinos, lo más pertinente sería que...?
—¡Pues, al dia-diablo con las su-suposiciones! Además, pa-para estudios fo-fotográficos no ha nacido todavía quien le mueva el... el... ¿có-cómo es que se llama ese bendito aparato?
—Pero, ¿qué aparato me habla, Don Enrique?
—¡Ese, ese tal a-aparato de varias patas do-donde po-ponen la… la.. !
—¿La cámara?
—Sí, sí, por supuesto, la-la cá-cámara… ¿O qué otra cosa? Es algo así co-como… como… el… el… ¿el atril? ¡O como se llame esa vaina!
—¡Ah, ya! Debe ser el trípode, Don Enrique…
—¡Eso, eso, sí, el trí-trípode! Ya decía que no ha nacido el tipo que le mueva el-el... el trí-trípode a este famoso fo-fotógrafo… ese retratista tan conocido, ¡carajo!, usted sabe... Her-Hernán... Por cierto, publicaba en la revista Cromos… ¿Hernán-qué-diablos? ¡Ala, el pisco ése que sólo retrata famosos!
—Por casualidad, ¿no será Hernán Díaz?
—¡Ese, ese mismo, ca-ca-caramba, sí, sí, cómo no, He-Hernán Díaz! ¡Po-por lo tanto, ni-ni lo sueñe, Ju-Julia, que-que no hay na-nada más de qué hablar! —¡Soy toda oídos, jefe…!
—Pre-precisamente po-po-por eso, mi estimada, qui-quiero que se vaya vo-volando al Archivo y bu-busque unas fotos bien simpáticas que le hizo este pisco Dí-Díaz a Gloria Zea.
—¡Como ordene, Don Enrique, entonces pondremos las fotos del maestro Díaz…!
—¡Sí, sí, ca-ca-carajo, pe-pero ahora no me lo vaya a confundir con este otro… este animal que tenemos aquí…
—¿Quién será?
—Ala, creo que también es de a-apellido Díaz.
—¿Díaz? ¡Ah!, ¿Miguel Díaz?
—¡Ese fulano! Sí, el tal Mi-Miguel Díaz, que es un pinche tomamonos, y que in-inclusive el domingo pasado se-se fue al Abierto de Golf del Country, ¡casi nada!, y el gran pen-pendejo ése no sólo regresó jincho, sino que, pa-para colmo, ¡se apareció con las manos vacías! ¡Cla-claro, se-seguramente ese día a-amaneció ju-jugando tejo con la-la ralea esa de los cho-choferes y con los otros fo-fotógrafos!
—¿De veras? ¿Así de desvergonzado?
—¡Si no hu-hubiera sido por El Siglo, que nos prestó un par de fotos…!
—¡No-se-lo-puedo-creer, Don Enrique!
—¡Como lo oye, y to-todo po-porque el imbécil olvidó in-instalarle el rollo a la-la cá-cámara! ¡Qué vaina con esta gente de Fo-Fotografía! ¿No le digo?
—¡Ay, jefecito lindo!, pero viéndolo bien, y si se trata de hacerle ese otro gran reportaje a Doña Gloria, ahora caigo en la cuenta de que anoche mismo ella viajaba a Cali, donde el Museo La Tertulia...
—¿Ah, sí? ¿Y en-entonces pa-para qué de-demonios está la be-bendita O-Oficina de Pe-personal, si no es pa-para arreglarle ya mismo el viaje a usted? ¿Ah? Es más, y pa-para que no haya la menor disculpa, de una vez pi-pida que le reserven dos... dos…
—¿Dos noches de hotel? ¿Y no son como mucho tiempo?
—¡Qué va, so-so… pe-pendeja! ¿Dos noches y en el Intercontinental? ¡Eso, ni en sueños! ¿En qué país cree que vive, chata? ¡No, señora! Me refiero a reservar dos... dos pá-páginas, inclusive sin un solo cen-centímetro de pu-publicidad. Me-mejor, e-eso lo arreglo ahorita mismo con Luis Fernando (Santos, el segundo de sus hijos, entonces Jefe de Producción). ¡Cie-cielos, la imagen de Glo-Glorita no puede que-quedar por el piso! Y, por supuesto, Ju-Julia, su-su regreso, sin fa-falta, ¡lo quiero pa-para esta mi-misma ta-tarde!
—¡Don Enrique, cero y van cuatro!, tercia al fondo de la Sala de Redacción, con cierto tufillo de sarcasmo y a ronca voz en cuello Helena Bautista —tan enorme y acuciosa como un zaguero central uruguayo— prevalida de su bien ganada aproximación hacia el editor de El Tiempo, y mientras bloquea el auricular: “¡Al teléfono: otra vez llama Doña Martha, la secretaria de Doña Gloria Zea!”.
—¿Sabe una cosa, Julia? Vi-viéndolo bien, ¡o-olvídese del calorcito de Ca-Cali! ¡Ni de vainas!
—¿Cómo así, Don Enrique?
— ¡Sí, sí, me-mejor há-hágase un viaje mu-mucho más co-cortico y más provechoso!
—¿Y eso? ¿Como hasta dónde?
—¡De veras, chata, más bien é-échese un viajecito ahí nomás hasta la-la O-Oficina de Pe-Personal y há-háblese con el pisco este… Ál-Álvaro Ayala!
—¿A Personal? ¿Y eso como para qué, jefe?
—No, no, si-simplemente pa-para que reclame un che-chequecito!
—¿Un chequecito, dice Don Enrique?
—¡Eso, eso, sí, una platica!
—¿De veras? ¡No me diga, Don Enrique, pero si ayer mismo pagaron la quincena!, replica anonadada Julia. “¿O se refiere al cheque de los viáticos?”.
—¡Fuera de vainas, es un che-cheque un po-poquitín más gra-grande, sí, pe-pero no es para armar tanto alboroto!, aclara Santos Castillo ante el gesto abrumado de maravilla de la reportera, y todo porque el precepto de extrema austeridad de Enrique Santos Castillo lo había hecho acreedor a una reputación superlativa del ahorro casi internacional.
—¿De veras? ¿Y eso, jefe? ¿Una bonificación del segundo semestre?, contrapregunta la reportera, ahora con los ojos de regocijo hechos un par de soles.
—¡Ta-tampoco, mija, no exagere!, replica el editor de El Tiempo, le propina dos palmaditas sobre la cabeza a su subalterna, y presuroso, casi a trompicones, emprende camino hasta el centro del recinto, donde lo aguarda Helena Bautista, quien permanece con el auricular sostenido en la mano derecha.
—¡Ay, qué cosas!, ¿no le digo?, dice radiante Julia, aún incrédula a lo que registran sus tímpanos. “¡Con tantas culebras como las que tengo, y ahora viene usted y me hace agua la boca, jefe! ¿Y entonces?”.
—¡Ca-caramba, Julia, y entonces no-no pre-pregunte tanto, que me-me vuelve lo-loco!, replica Santos sin inmutarse a voltear a mirar a su interlocutora.
—¡Me perdonará la confianza, jefecito, pero más loca me vuelvo yo por saber el motivo de semejante noticia!, porfía expectante la periodista, con un rictus todavía nervioso, pero ahora sesgado hacia el optimismo.
—¡Ay, con esta Julia!, ¿no le digo?, exclama Santos Castillo a lo lejos, meneando impaciente la cabeza, mientras cubre la bocina telefónica con una mano para evitar que la interlocutora en espera escuche las minucias finales de este episodio.
—¿Y entonces, qué, Don Enrique?, clama aún más expectante Julia B desde su módulo. “¡No sea malito, jefe, dígame el secreto!”.
—¿Aló? ¿Aló? ... ¿Ma-Marthica? Sí, sí, hablas con Enrique Santos, ¡ca-caramba, qué vergüenza ésta con-con Gloria…!
—¡Jefecito, mire que me muero de ansiedad por saber lo del cheque!, interrumpe porfiada la periodista desde el polo sur de la Sala de Redacción, y con una sonrisa cada vez más propia de un anuncio dentífrico.
—¡U-un se-segundo, Ma-Marthica, un segundo!, profiere el editor ante el acoso de su súbdita, y con vehemencia aparta momentáneamente el teléfono, “¡prontico, Helena, prontico, ha-haceme dos fa-favores!”.
—Dígame, Don Enrique…
—Por un lado, a-averiguáte qui-quién está de co-corresponsal en Cali…
—Ya le confirmo, atiende solícita y en tono medio confidencial su secretaria, “¿y por el otro?”.
—Y por el otro, He-Helenita, pues, que te acerqués hasta do-donde Julia y le di-digás de u-una vez por todas que el chequecito ése que le acabo de o-ofrecer no es para tan-tanta escandalera.
—¿Ahjá? De acuerdo.
—¡Qué lío! Deci-decile, si-simplemente, que es el mismo che-cheque que le-le co-corresponde, creo que por sus do-doce… ¿sí serán doce…?
—¿Doce qué, Don Enrique? ¿Doce mil pesos?, contrapregunta confundida Helena, casi al oído del editor.
—¿Do-doce mil pe-pesos? ¡Ni por chi-chiste, Helena Bautista, ni por chiste vo-volvás a decir esa desfachatez porque se nos alborota el pinche sindicato! ¡Semejante suma no se la merecen ni siquiera todos los Santicos Calderón juntos (la generación de sobrinos e hijos) con todos sus estudios y sus títulos en el exterior!
—¿Y entonces?
—¡Y en-entonces, aquí se so-sobre-sobreentiende que ese be-bendito cheque es única y exclusivamente po-por los do-doce a-años que-que… agua…agua…!
—¿Agua, Don Enrique? ¿Agua? ¿Sí? ¿Le traigo un vasit…?
—¡No, caray, no me traigás nada!
—¡En serio, Don Enrique, es que lo veo muy agitado!, exclama su secretaria. “O, más bien, ¿prefiere una agüita aromática? ¡Maruja (la veteranísima empleada que reparte el café y otras bebidas calientes a lo largo y ancho del periódico)! ¡Marujaaaaa, rápido!”.
—¡Ca-caramba, Helena, que no es para tanto! Sólo es-estaba di-diciendo que son do-doce años en que a-agua… aguantamos a la Ju-Julia ésta en El Tiempo!
—Entiendo, Don Enrique, ratifica en un susurro su asistente.
—¡Así que, ni un centavo más de la cu-cuenta! ¡Olvídese, mija! Y co-co-comuníqueme ya mismo con la-la Jefatura de Personal…
—Le estoy marcando, Don Enrique, acata Helena…
—Incluso, y en gra-gracia de haber tolerado ta-tantos años aquí a la Julia, ¡debería ser al contrario, pues hasta sale a debernos esta mujer! Vea nomás, así por encimita: Su buen escritorio, su bue-buena silla, su buena máquina de escribir y su buen te-teléfono, no marca tarjeta de entrada, su-subsidio de tra-transporte, sus veintitantos vales de co-comida al mes, ca-carro del periódico para ir a semejantes entrevistas, fo-fotógrafo a bordo, vi-viáticos, dominicales, ho-horas extras, pri-primas semestrales, club y fondo de empleados, ti-tintico y aromática al escritorio, y eso sin co-contar con via-viajes, co-conocer gente importante, aparecer to-todos los días firmando en El Tiempo…¡Casi nada, carajo! ¡Nooo, caramba, eso es un montón de pri-privilegios, no freguemos con tantos honores juntos! ¡Sí, al carajo la Julita! ¿Su-suficiente ilustración?
—Usted dice, Don Enrique…
—¡Y co-como por entre un tu-tubo, Helena, averiguáte lo de Cali! ¡Ah!, ¿Y qué pasó con-con Car-Carlos Caicedo?
—No contestan en Cali, jefe. Es que apenas faltan veinte para las nueve de la mañana… Y sobre Caicedo, me dicen en la casa que ya salió para acá.
—¡Claro, claro, lo que faltaba en Cali! El co-corresponsal se-se la debió amarrar anoche en el pa-parrandón del-del equipo ése, el tal Mi-Millonarios… ¿No le digo?
—El América, Don Enrique, corrige de manera cuidadosa Helena, sobre cuyo escritorio reposa la edición del periódico con la noticia a gran escala sobre primera proclamación del equipo rojo como campeón del fútbol colombiano.
—¡El que haya sido, Helena, eso no-no cuenta! Lo cierto es que ese pe-pendejo corresponsal no va más! ¡Buscáte ya mismo uno que madrugue! ¡Pe-pero, andando, Helena! ¡Acción, acción!... Y cuando llegue Caicedo, decíle que lo necesito con urgencia.
—¿Algo más, Don Enrique?
—¡Sí, buscáte a D’Artagnan!... ¿Aló? ¿Aló? ¿Sí? ¡Ahora sí, Marthica, por fin!... Sí, sí, hablas con Enrique Santos… ¡Se me cae la ca-cara de la vergüenza! ¡No-no hay derecho, qué-qué injusticia tan grande con Glorita! ¡Así, po-porque sí! ¿Ah? ¿Te-te parece?... Sí, sí... Claro... Sí... Dile a Glorita que tra... que tranquila... Sí, sí... Aquí le ha-hacemos o-otro gran re-reportaje. Que e-ella escoja el tema... ¡Ah, claro, y va en pri-primera pá-pagina...! Sí, sí... Y además, dile que-que desde este mismo instante, la-la Julia esa no va más en este pe-periódico. ¡Que se dedique a vender cho-chorizos...! Sí, sí... Eso, eso... ¿Quie-quieres que-que ma-mande por las fo-fotos de He-Hernán Díaz...? Sí, sí... De-de acuerdo... ¡Mensajeroooooo...! He-Helena, llamate a un pisco de esos... ¡Pe-pero vo-voolaandooo...! ¡Tan rápido como la Julia ésa para la calle...!

martes, 31 de agosto de 2010

Dinastía de Enriques en El Tiempo

He aquí la represensación de tres generaciones consecutivas del imperio periodístico y político de El Tiempo de Bogotá. La escena debe remontarse hacia finales del decenio de los '60. Al centro aparece el abuelo, Enrique Santos Montejo (1886-1971), quien firmaba la columna La Danza de las Horas bajo el seudónimo de Calibán, como mejor se le conoció. Ganador en 1941 del prestigioso premio periodístico María Moors Cabot, que concede la Universidad de Columbia, de Nueva York, su explosiva pluma fue sin duda la más leida de su época. Su hermano Eduardo Santos (1988-1974) adquirió el rotativo en 1913 y fue presidente de Colombia (1938-1942).

Hasta su muerte, Calibán fue remiso a la máquna de escribir, motivo por el cual para reproducir sus columnas era menester el concurso de un linotipista (*) conocedor de su caligrafía. Pugnaz y controvertido, desafió al clero y fue excomulgado. De tendencias derechistas pese a su militancia en el Partido Liberal, como editorialista fue calificado por sus detractores como "una de las lenguas más viperinas" del país, y como individuo, aún octogenario, de ser una de las braguetas más desaforadas de su entorno social.

A la derecha está Enrique Santos Castillo (1917-2001), uno de los dos hijos del matrimonio de Calibán con Nohemí Castillo. Su otro heredero era Hernando Santos (1922-1999), con quien por décadas Santos Castillo compartió la jefatura de redacción, antes de que este último ocupara la dirección del matutino. No obstante que su tradición familar le atribuye un sensible olfato periodístico, fuentes cercanas a su despacho y a su época afirman no haberle visto nunca escribir un artículo. Todo un clubman —socio del Country Club de Bogotá, donde practicaba el golf, y del Jockey Club— se le recuerda en particular por su intensa vida social y por sus ideas de extrema derecha.

Completa el cuadro Enrique Santos Calderón (1945), a quien sus allegados distinguen como Enriquito. Militante en la izquierda democrática, escribió Contraescape, una de las columnas más leídas del diario, y fue uno de los fundadores de la desaparecida Revista Alternativa (1974-1980), bajo la tutela del futuro Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Como su nombre lo indica, fundada para hacerle contrapeso a la prensa oficialista, esta publicación es considerada el más importante proyecto editorial de la izquierda colombiana. Su hijo Alejandro dirige la revista Semana y su hermano Juan Manuel fue elegido presidente de Colombia para el período 2010-2014.

Producto de una unión extramatrimonial de Calibán, según la tradición oral, hay del mismo árbol genealogico otro Enrique: El prolífico escritor, investigador, historiador y también periodista Enrique Santos Molano.

(*) Por supuesto, el linotipista es la denominación para el operario del linotipo, una máquina prácticamente extinguida de la industria editorial, inventada por
Ottmar Mergenthaler en 1896, que mecaniza el proceso de composición de un texto para ser impreso. Su desaparición se explica con el surgimiento de las tecnologías de impresión.

Ver una demostración del linotipo en el siguiente enlace:
http://www.youtube.com/watch?v=nf0hDWOrnWA
http://www.youtube.com/watch?v=XNpya2yCnJo&NR=1
http://www.youtube.com/watch?v=PRYxOs1oCRY&NR=1
http://www.youtube.com/watch?v=yE0OoWX6TQs&feature=fvw

Garrincha y Trapito

Una foto digna de ocupar un lugar de importancia en la galería personal. Al centro, el brasileño Manoel Dos Santos, a quien el mundo conoció como Garrincha (1933-1983), y a quien la FIFA ha incluido como el puntero derecho en la selección de la historia. A la derecha, Oscar Restrepo, Trapito, comentarista de RCN Televisión. La gráfica data de los años '60s y fue tomada con ocasión de una visita del Botafogo de Río a Colombia.

Un binomio para recordar

Dos protagonistas gratamente recordados del fútbol colombiano, ambos ya fallecidos. Francisco "Cobo" Zuluaga (izquierda) y Armando Moncada Campuzano. El primero, como estelar de Millonarios y la Selección Colombia. El segundo, como una de las mejores voces de la radio deportiva. Aquí, como compañeros de labores en los años dorados del llamado Circuito Todelar de Colombia, en 1968.

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